Calambrón
Pésima ortografía y miedo al coco. Este blog exige un esfuerzo extra pa poder entenderlo, porque a veces ni yo lo entiendo. Escribo mal y lo publico. Estoy en contra de la corrección premeditada, si a la corrección casual. Que pinche hábito ni que fuera Orwell, goeei "La hierba es mortal; Los hombres son mortales; Los hombres son hierba".
6/02/2009
Donatien Alphonse François





Hace 296 años, nació un personaje increíble. Alguien que no he leído mucho acerca de el pero por lo poco que he leído si me ha dejado perplejo por la claridad y su forma de expresar sus ideas. De quien hablo es ni mas ni menos que Donatien Alphonse François, Marqués de Sade (2 de junio de 1740 — 2 de diciembre de 1814).

Hace un par de meses comencé a leer algo del Marques de Sade. Confieso que comencé por algo de morbo. Pero conforme iba leyendo me daba cuenta de la genialidad del escritor. Si esta cabrón como escribe. Sobre todo las ideas tan revolucionarias que tenia en el siglo 18. Si es algo digno de admirarse que este Don escribiera algo que sea capaz de escandalizar a una gran porción de nuestro país a principios del siglo 21.

Para muestra un botón. A continuación les dejo un fragmento de del libro “Justina o los infortunios de la virtud”


»Si todo lo que produce la naturaleza es el resultado de las leyes que la dominan; si su acción y su reacción perpetuas suponen el movimiento necesario para su existencia, ¿en qué queda el soberano dueño que le atribuyen gratuitamente los necios? Eso es lo que te decía tu sabio maestro, querida muchacha. Así pues, ¿qué son las religiones, a partir de ahí, sino el freno con que la tiranía del más fuerte quiso someter al más débil? Imbuido de este designio, se atrevió a decir al que pretendía dominar que un Dios forjaba los grilletes con que la crueldad lo rodeaba; y éste, embrutecido por su miseria, creyó indistintamente todo lo que el otro quiso. ¿Pueden las religiones, nacidas de estas artimañas, merecer algún respeto? ¿Existe una sola, Thérèse, que no lleve el emblema de la impostura y de la estupidez? ¿Qué veo en todas? Unos misterios que hacen estremecer la razón, unos dogmas que insultan la naturaleza, y unas ceremonias grotescas que sólo inspiran mofa y repugnancia. Pero si, entre todas ellas, hay una que merezca más especialmente nuestro desprecio y nuestro odio, Thérèse, ¿no es esta ley bárbara del cristianismo en la que los dos hemos nacido? ¿Existe otra más odiosa?... ¿Alguna que asquee más el corazón y el entendimiento? »¿Cómo unos hombres razonables pueden seguir creyendo en las palabras oscuras, en los supuestos milagros del vil inventor de este culto espantoso? ¿Existió alguna vez un farsante que mereciera más indignación pública? ¡Quién es ese judío leproso que, nacido de una puta y de un soldado, en el más miserable rincón del universo, se atreve a presentarse como la voz de aquel que, según se dice, ha creado el mundo! Estarás de acuerdo conmigo, Thérése, en que para unas pretensiones tan elevadas hacía falta, por lo menos, algunos títulos. ¿Cuáles son los de tu ridículo embajador? ¿Qué hará para demostrar su misión? ¿La tierra cambiará de aspecto; las plagas que la afligen desaparecerán; el sol la iluminará noche y día? ¿Los vicios dejarán de mancharla? ¿Veremos reinar finalmente la felicidad?... Nada de eso, el enviado de Dios se anuncia al universo con juegos de manos, brincos y calambures; el Ministro del cielo se presenta a manifestar su grandeza en la respetable compañía de braceros, de artesanos y de rameras; emborrachándose con unos y acostándose con las otras el amigo de un Dios, Dios también él, decide someter a sus leyes al pecador empedernido; inventando para sus farsas todo lo que puede satisfacer su lujuria o su glotonería así es como el bribón demuestra su misión. En cualquier caso, tiene suerte; se unen al farsante unos cuantos satélites mediocres; se forma una secta; los dogmas de esta canalla consiguen seducir a unos cuantos judíos: esclavos del poder romano, debían abrazar con júbilo una religión que, liberándolos de sus grilletes, sólo los doblegaba al freno religioso. Adivinan sus motivos, desvelan su indocilidad; detienen a los sediciosos; perece su jefe, pero de una muerte excesivamente suave, sin duda, para su tipo de crimen, y por una imperdonable falta de reflexión dejan dispersar a los discípulos de ese patán, en lugar de degollarlos con él. El fanatismo se apodera de las mentes, las mujeres gritan, los locos se agitan, los imbéciles creen, y ya tenemos al más despreciable de los seres, al más torpe de los bribones, al más grosero impostor que jamás haya existido, convertido en Dios, en hijo de Dios, igual a su padre. ¡Todas sus fantasías consagradas, todas sus palabras convertidas en dogmas, y sus simplezas en misterios! ¡El seno de su fabuloso Padre se abre para recibirle, y el Creador, antes único, se convierte en triple para complacer a ese hijo digno de su grandeza! ¿Pero se conformará ese santo Dios con tanto? No, nada de eso, su celeste poder se prestará a favores mucho mayores. Por la voluntad de un sacerdote, o sea, de un truhán cubierto de mentiras y de crímenes, ese gran Dios creador de todo lo que vemos se humillará hasta el punto de descender diez o doce millones de veces cada mañana a un pedazo de harina amasada que, debiendo ser engullido por los fieles, se transmutará inmediatamente en el fondo de sus entrañas en sus más viles excrementos, y eso para la satisfacción de su tierno hijo, odioso inventor de tan monstruosa impiedad, en una cena tabernaria. Pero como lo dijo, así tiene que cumplirse. Dijo: «Este pan que veis será mi carne y como tal la comeréis. Ahora bien, como yo soy Dios, os comeréis a Dios, con lo cual el Creador del cielo y de la Tierra se convertirá, porque yo lo he dicho, en la materia más vil que pueda desprenderse del cuerpo del hombre, y el hombre se comerá a Dios, porque Dios es bueno y es omnipotente». Aunque parezca imposible, estas estupideces se propagan; se atribuye su extensión a su verdad, a su grandeza, a su sublimidad, al poder de quien las introduce, mientras que las causas más simples redoblan su fuerza, y el crédito adquirido por el error sólo encontró a truhanes por una parte y a imbéciles por otra. Esta infame religión llega finalmente al trono, y un emperador débil, cruel, ignorante y fanático revistiéndola con el estandarte real, mancha con ella los dos extremos de la Tierra. Sin embargo, Thérèse, ¿qué peso pueden tener estas razones para una mente analítica y filosófica? ¿Puede ver el sabio otra cosa en este revoltijo de fábulas espantosas que el fruto de la impostura de unos cuantos hombres y la falsa credulidad de muchos más? Si Dios hubiera querido que tuviéramos alguna religión, y fuera realmente poderoso, o, en otras palabras, si fuera realmente un Dios, ¿nos hubiera participado sus órdenes a través de medios tan absurdos?, ¿nos hubiera mostrado cómo había que servirle a través de la voz de un despreciable bandido? Si es supremo, si es poderoso, si es justo, si es bueno, ¿querrá ese Dios del que me hablas enseñarme a servirle y conocerle a través de enigmas y de farsas? Motor soberano de los astros y del corazón de los hombres, ¿no puede instruirnos sirviéndose de los primeros o convencernos grabándose en el segundo? Que acuñe un día en trazos de fuego, en el centro del Sol, la ley que puede complacerle y desee imponernos; al leerla y contemplarla a un tiempo, todos los hombres de un extremo al otro del universo, serán culpables si entonces no la siguen. Pero indicar únicamente sus deseos en un rincón ignorado de Asia; elegir como seguidor al pueblo más trapacero y más visionario; por sustituto, al más vil artesano, al más absurdo y pillo; embrollar hasta tal punto la doctrina que se hace imposible comprenderla; insuflar su conocimiento a un pequeño número de individuos; mantener a los restantes en el error, y castigarlos por haber permanecido en él... ¡No, Thérèse, no, no! Tantas atrocidades no pueden guiarnos; preferiría mil veces morir antes que creerlas. Cuando el ateísmo necesite mártires, que los designe y mi sangre estará dispuesta. Detestemos esos horrores, Thérèse; que los improperios más duros cimenten el desprecio que merecen...

Justine, http://es.wikisource.org/w/index.php?title=Justine&oldid=158209 (last visited junio 2, 2009).

Si se animan a leer el libro completo y les gusta no dejen de leer “Julieta” la cual es un poco mas fuerte que el libro de su hermana Justine.

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